Reencuentro

Desde la melancolía
de los años vesperales,
atravesando el escalofrío
de la desgarradora lucidez,
de sus implacables veredictos,
doloroso, vate, el reencuentro
con todos tus rostros desnudos,
con todas tus máscaras vertidas
a despiadada conciencia de roles
itinerantes en los actos
de un único, interminable drama.
Detrás de los húmedos párpados
entreabiertos en la penumbra,
un ojo atónito mirándose
hacia adentro sin reconocerse,
un nuevo ser recién construido
llamándose con su clara voz
entre las voces desorientadas.
Quiénes, quiénes, desgarrada lucidez,
corazón de la edad vesperal,
quiénes los que conmigo y sin mí,
quiénes los q ue silueta en la bruma,
los que huellas sobre mis huellas,
los que tantos en la rota unidad,
quiénes, quiénes los que yo y no-yo.
Desde la claridad de la conciencia,
un viajero desde muy lejos
intromisión en los viejos baúles,
y seres de gastadas vestes
jugando su papel de náufragos
en la dispersión de actos y roles.
Desde la melancolía
de los vesperales años,
en la despiadada lucidez
de un ojo en la luz reintegrado,
y desgarrándose en su propia luz.

Temprano

Temprano para morir,
temprano para partir
definitivamente, amigos,
después de tanto viaje
y de tanto regresar,
-después de tanto rondar
en torno al eje móvil
de existencias y desvaríos.
Pero qué ansiedad, Señor,
qué espesa evocación
de un lugar más allá
de viajes y permanencias,
qué plácida añoranza
de la estación postrera
difusa en la memoria tribal.
Qué irreprimible deseo
de ya no regresar,
ni volver a partir,
ni existir ni permanecer
rodeado de vidas
inútiles congregadas,
inútilmente presentes.
Porque a final de cuentas
los días tierra girando,
la catedral exorcismo,
la conciencia la fogata
en la oquedad expuesta,
y el idioma las claves
del aniquilamiento.
Pero temprano de lobos,
temprano de cementerios
y violentas granizadas,
temprano de evocaciones,
temprano, temprano, temprano.

Mentira

Mentira la plena lucidez
del entendimiento, el día aquel
en que caballos desbocados
por el filo del precipicio,
y un hombre atrapado en las redes
de las coordenadas del destino,
o inerme en la voluntad de Dios
enredándose en su grafía.
Mentira su discernimiento
cuando la hora fatal clavada
en todos los fríos relojes,
y aviesos agentes infiltrados
en la torre de control, maquinando
sus fechorías con mis propias manos.
Ninguno de mis numerales,
ninguno de mis fijos dígitos
en ese momento, allí, ni las claves
de mi conciencia pronunciadas,
cuando ya el hechor sindicado
y borrachos mis cinco sentidos.
Débil la ofuscada voluntad
cogida en los hilos de emisarios
a galope por brumosos bosques,
por brumosas regiones disleyendo
su lumen vital, su lucidez
diluyéndose en las tinieblas.
Y por el filo de precipicios
los corceles interfiriendo
la rectitud del ser doblegado,
su integridad de dócil rehén
siendo por usurpadores sucedido.
Y mentira que en estado de juicio,
mentira que voluntad y albedrío
el día aquel, aquellos días
cuando la hora infausta percutida,
cuando el destino sus pesadas redes,
y un hombre sus ajenas fechorías.

Siglos de piedra

Siglos erraré, siglos de piedra
errará mi perseguida voz
por las calles de Valparaíso,
siglos de frenéticas espinas
buscaré, Madre, tu tumba
entre las tumbas, tu lápida
entre las lápidas, tu nombre
entre los nombres que el viento dispersa
por los cerros de Valparaíso.
Siglos de oceánica espuma
treparán mis sonámbulos pies
las escaleras de Valparaíso,
siglos de difundida sal
indagaré a tientas tus huellas
derramadas en la agrietada piel
de las calles de Valparaíso.
Siglos de marejada y fragor,
siglos de tempestades girantes
vagaré, madre, entre la niebla
tras tu presencia de niebla,
cruzaré el vaho frío del mar
en pos de tus dispersos rasgos
por los muelles de Valparaíso.
Siglos de calendarios de sal,
siglos de arrecífico sustento
gritaré, Madre, tu nombre
por los distritos de Valparaíso,
siglos de agua de nunca acabar,
siglos de atmosférico derrame
errarán mis pies desnudos
por los guijarros de Valparaíso.
Siglos minerales, siglos pétreos,
siglos de oceánico soplido,
siglos de peces, de crustácea sal,
siglos de indomeñable piedra.

Proscrito de ultramar

Desde ultramar el proscrito
envuelto en bruma boreal,
amortajado en esencias
de bosques tutelares,
veloz en la astronomía
de noches vertiginosas
en la hélice de constelaciones
de metal estelar encendido.
De ultramar con el exilio
de rumores patrios
arrancados a una porción
de indómito territorio,
sacudido aún de saurios
y precámbricos cataclismos.
Madre en alguna ventana
sacudiendo el viejo pañuelo
de amarga tela tribal,
Madre en algún cerro
con sus ojos sin sueño,
con sus ojos sin tiempo
esperando al hijo errante
por las mares de la mar.
Madre en la torre más alta,
Madre en el balcón más viejo,
Madre en alguna ventana
agitando su pañuelo
de húmeda fibra roída,
de trama testamentaria.
De ultramar el proscrito
con su séquito de ruidos
marítimos crujiendo,
con su ajuar oceánico
prendido a su identidad
en los cruces de la sangre.
Y Madre en alguna ventana
con su pañuelo extinto,
Madre con su vida extinta
agitando el corazón,
agitando sus lágrimas
en sus ojos extintos.

Elfriede

Elfriede la reencarnación,
Elfriede el desdoblamiento
de fémina por las edades,
con su brebaje prístino
de difusos zumos agrarios
y oceánicos ungüentos.
Elfriede el regreso al ónfalo,
Elfriede la rememoración
de misteriosos ritos
en el tránsito del púber,
en el aprendizaje nocturno
de delirantes senos
sumiéndole en fiebres viriles.
Ella en la tenebrosa noche
del auriga desbocado
en su proteico trigo vital,
ella en el destello crucial
convocando a los inválidos
en el umbral en llamas.
Fémina la congregación
de certidumbres dispersas
en la irresoluta edad,
fémina antorcha centripetal
en la reintegración
de los hijos extraviados.
Elfriede con su brebaje
de prístina luz racimal,
Elfriede con su leche agraria
en la sed del auriga ciego,
Elfriede la reencarnación,
el desdoblamiento atávico
de una mujer en ti dormida,
de una mujer por las edades
con su misterio impenetrable.

Goznes mohosos

Una nueva garganta
para mis gritos,
una nueva pluma
para esta atroz escritura
de dolores sublimados,
un nuevo violín desgarrado
para la misma romanza
rota en rotos violines.
Fatigada la égloga
en el carro chirriante
por tierras baldías,
chirriante ella misma
en los goznes mohosos
de la vetusta lira.
De la aurora el canto,
hermanos juglares,
del terso abanico
de luz presurosa,
de las piedras parlante
en el joven arroyo
de la madrugada.
Hallaréis las viejas palabras
en la oracular cascada,
y en el entramado órfico
el plectro de un ebrio doncel
crepitará danzando
en círculos de fuego.
Un nuevo violín, hermanos,
de madera virgen
para esta melodía
de viejos gemidos,
para esta atroz escritura
agria en sus odres.

Sopor

En el sopor de las existencias,
un ojo por el orificio
de los inextricables sueños,
un ojo por la cerradura
de la trascámara secreta,
un ojo por la trizadura
de tu conmovida reciedumbre.
Entre ser y no ser el gran augur
con sus utensilios de sumo alquimista,
el gran chamán con su mágica danza,
y cuando en la vertebración del sueño
todas las llaves de pronto reunidas,
entonces ningún auriga muerto,
entonces de regreso los pastores,
y sobre las paredes de las cuevas
los animales en fuga a nuestro través.
Pero un ojo de cáustico búho,
un ojo de penetrantes linfas,
un ojo de supremo hechicero,
un ojo febril, un ojo reunido.

Escaleras

Mientras mis propios pasos
por la misma, misma escalera,
y en el desván los antepasados
silenciosos en sus daguerrotipos,
arrancados de cuajo de sus epístolas,
mientras mi mano por la baranda
segura, de memoria deslizada,
y el perro ningún aullido,
inmóvil, petrificado en su espanto,
y toda la casona en suspenso
ante el crujido de las tablas gimientes…
Mientras, en fin, el piano ahogado
en su caudal de notas transcurridas,
y los rincones, los dormitorios,
el puente en el aire suspendido,
los cristales arañados por las olas,
los muebles gastados en su ejercicio…
Sí, por la gimiente escalera
mis mismos, mis mismos pasos,
la misma mano deslizándose,
el mismo eco repitiéndose,
y Madre por las habitaciones,
Madre por el salón abalanzada,
Madre corriendo por los pasillos,
Madre preguntando en la cocina,
gritando mi nombre por la casona.
Yo con mis propios pasos subiendo
sin fin y sin comienzo los peldaños,
yo ascendiendo y permaneciendo,
yo trepando hacia la misma puerta,
acercándome sin alcanzarla,
y Madre enloquecida de espanto,
Madre corriendo por las habitaciones,
gritando inútilmente mi nombre.

Como el olvido

Como el olvido la voz,
como el olvido
la impronta del timbre materno
repercutiendo en el sueño,
repercutiendo en la embriaguez,
en la fiebre persecutoria
de las alucinaciones.
Por un laberinto de ojos,
por un dédalo de espejos
tus inútiles pasos huyendo,
tus pisadas repitiéndose
en las gastadas pisadas,
tus huellas incrustándose
en las indelebles huellas,
tus máscaras cayendo a tierra.
Contigo el perfume lácteo
de pecíolos desprendiéndose
y prendiendo su licor vital,
contigo su brebaje óntico
infiltrando un tenaz misterio
en la ramificación del sueño.
Por más que tu voz tras la voz,
por más que rostro tras rostro:
Como el humo la impronta prístina
esfumándose y reapareciendo,
apagándose y volviendo
a exhalar su hipnótico aroma.
Como el olvido el registro
de su timbre persecutorio
forcejeando en la humareda,
forcejeando en la lactancia,
forcejeando en el laberinto,
forcejeando en el olvido.

Inmaterialidad

Pura inmaterialidad mía,
pura inefable substancia
de uvas intangibles destiladas,
sigilosa a través de mí,
a tientas por un laberinto
de aedas ciegos allí extraviados,
desmesuradamente indefinible,
irreconocible entre los sumergidos.
Tus sutiles labios, a veces,
pájaros ingrávidos en mí posados,
y cuando sus alas de luz lunar
un inaudito revoloteo
de espíritus mínimos reverberando,
un cosquilleo de plumas rozando
mi pura inmaterialidad dormida,
entonces ebrio de besos insignes,
entonces embriaguez de oníricas uvas,
y en mí tu danza de pies diminutos,
en mí tu danza de doncellas
evaporándose hacia el delirio.
Pura inmaterialidad mía,
pura atmosférica presencia
en puntillas por mis galerías,
intangible en tu tránsito de alas
apenas perceptibles en la quietud plenaria
de mi íntima intimidad dormida,
ebrio de tu licor inconsistente,
ebrio del roce de tus labios,
detenerme en el tiempo, tambaleante,
descender al tránsito de aedas ciegos,
y extraviarme conmigo en mi subsuelo,
extraviarme contigo en tu inmanencia,
en tu pura inmaterialidad, poesía.

Por última vez

Verte por última vez, patria amada,
llegar hasta tu orilla eléctrica
con mis habitantes extraviados,
poner el pie sobre tu arena pura,
y oler tu penetrante olor a estiércol
de aves oceánicas custodiándote.
Remecer tu atmósfera salada
a gritos de vástago errante,
a aullidos de náufrago ciego
reconociendo en el tacto tu veste
de vestal oceánica erguida
en el cruce de tiempo y geografía.
Por última vez tocar con mis manos
el polvo de tu telúrico desorden,
y recoger de tus secretos caminos
mi propia huella allí perpetuada,
el paso de tus hijos innumerables.
El náufrago tuyo desde su exilio
de planetas inhóspitos gravitando,
húmedo de corrosiva humedad
y tatuado de estrellas boreales,
apenas reconocible en el dialecto
de su alfabeto nocturno desatado.
Sagrado hogar de humildes maderas
resistiendo el embate de vientos
oceánicos sobre ti vertidos,
sólo por vez última verte y morir,
sólo una vez más llegar a tu arena
y oler tu estiércol de aves marinas,
y oir tus olas azules quebrarse,
y desatar mi dialecto nocturno
sobre tu geografía de sal y ceniza.

Llegar

Llegar alguna vez del tiempo,
llegar algún día de los días
por la niebla marina amortajados,
y abrir mi sorpresiva presencia
en medio de los ausentes congregados,
en mitad del vacío absoluto
habitado por difuntos y viajeros.
Arribar desde lejos, muy lejos,
desde calendarios deshojados,
desde llantos hacia el horizonte,
desde cartas nunca recibidas,
cruzar el umbral como un fantasma,
soplar el polvo de las alacenas,
mirar el mar desde la ventana.
Alguna vez regresar, de pronto,
detenerme bajo el dintel, llorando,
y acostumbrar los umbrosos espacios
a mi presencia largamente ausente,
a mi silencio anónimo vertido,
a mi entidad de pasos fugitivos.
Y nada decir en el tumulto
de voces antiguas recriminando,
de pupilas airadas acusando,
de manos heridas por el tiempo
tendidas con el perdón a mi rostro.
Llegar al atardecer, borracho
de enormes distancias apuradas,
de oxígeno marino reverberante,
de aromas láricos reaspirados,
y detener mi atónita presencia
en medio de los ausentes congregados,
en mitad del gastado vacío
habitado por difuntos y máscaras.

Grafía

Una mirada de amarga
densidad incombustible,
una mirada de noche
y materia desgarradora,
durando paralelamente
en la edad, sin consumirse.
En ella, en su espectro sombrío,
en su indefinible haz de climas
tumultuoisos desprendiéndose,
hermano, allí la lectura,
allí la acumulada grafía
de tu rodaje terrestre,
incólume en su conmoción nocturna,
íntegra en su desgarro vital.
Algo en ti que ni tú mismo,
que ni todas tus indefinibles
criaturas habitándote
podrían en humano idioma,
en señas o caracteres
de límite y extensión, hermano.
Los gritos de tus náufragos
sucumbiendo en ti cada día,
las manadas de grises lobos
merodeándote sin exterminarte,
las acumulaciones de sórdida
vivencia planetaria sacudiéndote,
la lectura, la lectura, hermano,
la indefinible grafía fluyendo
de sus vertientes sin consumirse.
Una mirada de acérrima
substancia incombustible,
de tu rodaje terrestre
en su haz nocturno acumulado,
durando paralelamente.

Restitución

Tal vez restituir a las alforjas
su contenido original vertido
por calles, por catedrales ásperas,
por universidades con números
equilibrándose en la letra muerta,
por dormitorios de sueño intermitente.
Devolver a la equidistancia
la sílaba en la ruptura rota,
y en el idioma de la geografía
emerger de briosos volcanes,
emerger de ríos consuetudinarios
clavados en su dirección de meandros
por el zig-zag del pulso terrestre.
Restituirle su ajuar de peces,
de espiga en su oro incandescente
inmolándose, libre en el viento,
su ajuar de eucalíptica ira
mentolando hasta el entendimiento
con su andanada de efluvio telúrico.
Y ser, ser, existir tus existencias,
ser el que latitud nocturna
con su séquito de astros desnudos
en el escenario de espeso azogue
inscritos, inmóviles danzando.
Ser el que en la abeja zumbando
en la floración de la salud del limo,
y tatuado de sílabas sincrónicas
estallar de júbilo en mi idioma,
ebrio de su miel multiplicada.
Sí, tal vez restituir el bagaje
a su original odre materno,
y aspirar el aire henchido
de eucalípticas ráfagas verdes,
libre en tu identidad primaria.

Disolución

Muerte, enigma de la disolución
del ser en la nada originaria,
enigma de la restitución
del misterio al misterio,
de los huesos extintos
a la cal de los osarios.
A ti regresar en otoño
envuelto en mi ajuar funerario
de hojas a mi interior caidas,
de hojas en el obscuro limo
extraviadas, en su propia lumbre.
A ti volver de navegaciones
tempestuosas por la luz terrestre,
y deponer en tu sabiduría
mi exhausto régimen de vigilias
con su tripulación de fugitivos.
En ti, muerte, deponer mis vidas,
deponer mis nubladas existencias,
y vaciar en tu flujo de amnesia
mi memoria de habitantes ciegos
borrándose en sus travesías.
Enigma de la restitución
del misterio al misterio,
de los huesos extintos
a la cal de los osarios:
muerte, ritual de la disolución
del ser en la nada originaria.

Hélice

Hélice la rotación de la conciencia
atrapada en su propio movimiento,
fija en su eje cardinal atravesado
de la animal emisión inescrutable,
a la óntica claridad escrita
en la grafía de trémulos transeúntes.
Todos ellos los que con nosotros
por el escalofrío de la fe revelada,
y un arúspice en los calendarios
considerando fechas y entrecruce astral,
inconmovible en su ciencia en tinieblas.
De su escrutinio tenebroso el pulso
de nuestra saludad transensorial
aquejada de enmascarados y duendes,
de su dictamen los lobos olfateando
las madrigueras de entes itinerantes
entre el animal y el óntico desgarro.
En el centro rotatorio la conciencia
girando con su carga insostenible,
diáfana en su claridad terrible
de clara grafía centelleando
en la retina de herméticos viajeros.
Hélice de espanto conmovida
en su clarividencia de arúspice
penetrando corteza y antifaces,
traduciendo disfraces a la lengua madre,
inmóvil en su velocidad errante.

Agonal

Hora de supremo dolor
en el vértice de resistencias
gigantescas acumuladas,
hora de sobrehumanas pruebas
clavado contra una cruz
itinerante en el tiempo.
Lo humano de tu animalidad
cautivo en la red implacable
de un áspero entorno erizado
de agudas saetas, en el ardid
del lobo en la oveja domiciliado.
Una lucha de fiera acosada,
una lucha de animal herido
replegado en su último reducto,
viril aún y agonal
con su alarido prometeico.
Hora de dolor supremo
en el límite de resistencias
roidas por inauditos tigres,
hora de tu martirio humano
clavado en la cruz itinerante.

Pócimas

Acumulaciones de odio y pócimas
inescrutables en mi garganta
interpuesta entre dos emblemas
de acérrima irreconciliación.
Un trago de hiel destilada
de tus racimos pródigos,
oh madre de todas las cosas,
un brebaje de natre y raíces
amargas, para mis secos labios
presos en la diabólica sed.
Al atardecer, o al alba,
a medianoche, en lo recto del orto,
oh, qué hora elegir, hermanos,
en qué momento estéril del día
gritar, sacudirme la herrumbre
del hierro sobre mis pobres huesos.
Tal vez la cruz milenaria erguida,
tal vez un prodigio de misericordia,
la imposición de manos de un augur
emergido de edades muertas,
o un talismán de húmedos besos
tatuados aún en mi frágil memoria.
Pero una tabla, hermanos poetas,
una mano cálida tendida,
un ruiseñor de estrepitosos ruidos,
cualquier linfa de clara subsistencia,
cualquier camino hacia los desiertos.

Ceniza

Mañana de ceniza-orfandad,
mañana de no pertenecer,
de ir por la irrealidad de las cosas
y a nadie hallar, ni ser hallado.
De transitar entre grises espectros
borrosos en su halo difuso
de fantasmal aparición lunar,
o antepasados regresando a tientas
desde las brumas de la memoria.
Ceniza las hebras del aire urdido
en arácnido telar, en la garganta
de dragones exhalando su vaho
desde las páginas amarillentas
en la escritura de monjes druidas.
Ceniza de mañana-orfandad,
de porfiada irrealidad rodeando
mi inconsistente entelequia lunar,
mi sueño soñándose en el auspicio
ceniciento de cenicientas cosas.

Pábulo infructuoso

Pábulo infructuoso
la inmediatez del agua,
su repetida sonoridad
de vieja aya cantando
al borde de gimiente cuna.
Inútiles sus cuerdas
rasgueadas y rasgueadas
en el aire evanescente,
inútil su tañido
de amorosa hermana
rodeándote de besos.
Expuesta en un exterior
de sonámbulas apariencias,
tu precaria entidad un ciego
tactando la precariedad
de las formas transitorias.
Sólo en el sueño el pulso
de objetos definitivos,
sólo en la ventana abierta.
En la luz la ceguera
del ser encandilado
en su propia lumbre.
E inútil el agua-cítara,
inútil tu institutriz
meciendo tu gimiente cuna.

Memoria tribal

A tientas por la memoria tribal,
a tientas por el difuso ramaje
de tu árbol testamentario,
y pánico en el corazón.
Pánico en las brumosas raíces
sumergidas en tiempos ácronos,
sumergidas en lenguas bárbaras,
en latitudes que largos viajes,
que meridianos exhaustos, que climas
de atroz nomenclatura en el rudo
diagrama de vientos oceánicos.
Rastreándote en la genealogía
de un animal contra la luz clavado,
olfateando los pasos primeros
de aquellos que en la maternidad
agudos gritos de bípedo opreso
en el capullo de áspero lumen.
¿De cuánta sangre impura, transeúnte,
de cuánto hábito desnudo,
de cuáles divinidades agrarias,
de qué impenetrable follaje?
¿De dónde tu atroz desarraigo
inscrito en los vientos planetarios,
en el agua nómade diasporada?
Por la memoria tribal gritando
nombres apocalípticos hundidos
en la bruma de tiempos ágrafos,
de tiempos ácronos, de tiempos
sin cómputo en la astronomía
de esferas girando en la eternidad.
A tientas por el follaje en brumas
de un árbol de genes conmocionados,
de un árbol de errantes raíces
dispersas en los vientos planetarios,
y pánico en el corazón.

Cautiverio

En nosotros cautivos
desde la caida inicial,
en nosotros transitorios,
hijos de la enorme orfandad,
igual si una antorcha
flameando en tu brazo erguido,
igual si el sol flamígero
expeditos los caminos,
de tu pecíolo en brumas
contigo tu gran misterio
del infinito colgando,
pesando sobre tu crisma.
Igual, exigüo insecto,
si el álgebra y la cuántica
ufanos en la numeración
de extensión y envoltura,
un merodear en torno
de tus arcanos sonidos,
una abrumada vigilia
de tu envés, íncola, tu sino.
En un tránsito de criaturas
sonámbulas despidiéndose,
tu oido, exigüo insecto,
atesorando señales,
y en el clímax de la orfandad
los vígiles desquiciados,
el peso del infinito
por el pecíolo en brumas.

¿Nunca más?

¿Nunca más, patria hogar,
patrias arenas, patrios sembrados,
patria extensión de araucarias,
de escalofrío en el vértice
de la espuma incendiaria,
nunca más por tus riberas,
por tu nieve en la inhóspita altura,
por tus pampas áridas ardiendo
de sol torrencial sobre vetas
de muchedumbre mineral,
patrios lares, nunca más mi vida
indómita en tu aire oceánico,
ilimitada en tu abrupta extensión,
libre en tu desnuda libertad,
nunca más, nunca más?

Salto

Un salto al vacío mental
desde el vértigo de la luz
en su plenitud expuesta.
Desde páginas secretas
sacudiendo sus llaves
de criminal desnudez.
Un salto suicida
hacia la narcosis
del sueño perpetuo.
Hacia el estupefaciente
del aire vertiginoso
succionándote sin fin.
Un salto al vacío mental
desde el impacto atroz
de la luz enceguecente.

Silencio

Silencio: alguien desde su celda,
alguien desde las galerías
de tu laberinto en tinieblas,
alguien urgentes señales,
alguien gritos o guturales
sonidos desde el subsuelo.
Alguien o algo tuyo rasguños
en las paredes impenetrables,
alguien o algo nuestro mensajes,
desesperadas señales
desde sus sumergidas prisiones.
¡Silencio!, ¡silencio, cofrades!,
¡silencio hermanos de sueño o de sangre!,
silencio que el niño en el tiempo,
que el niño en el interior, que el niño
en nosotros recriminado,
silencio que su terror de ermitaño,
que su angustia de expósito
de nuestra alianza arrojado,
que su rencor de proscrito,
de esclavo hasta en la voz reprimida,
silencio que en su larga reclusión,
silencio que en sus calabozos,
que en el extravío de sus dotes
un grito, un lamento, un aullido,
una explosión de odio acumulado.
Hijo nuestro en nosotros recluido,
hermano de sangre en la sangre
por los tuyos traicionada,
por los tuyos negado en tu exilio
de réprobo sin mácula ofendido,
desde nuestras máscaras filiales
en el hábito impío encarnadas,
desde nuestro espasmo curricular
en el sobresalto de roles impuros,
tu entrañamiento una flor obscura
floreciendo en la luz desvelada.
Tu entrañamiento una rosa hostil
arañando en el áspero sueño
la sumergida región luminal
de aquellos que fuga y traición,
de aquellos que un itinerario
de galope a ciegas por el tiempo.
Silencio, cofrades, que el niño
terrible en su ira de expósito,
que nuestro hermano cáscara y sangre,
que su débil voz de exiliado,
que sus señales de infausto recluso,
de pío réprobo en nuestras celdas.

Graznido

Pãjaro de niebla,
pájaro de sombra o sueño
en lo más alto posado:
tu graznido caravanas
de reclusos o pordioseros
rumbo a la muerte,
tu graznido penitentes
consumiéndose en las llamas
de un fuego eterno,
largas hileras de réprobos
camino al cautiverio
en la otra ribera.
Pájaro de niebla,
pájaro de sombra o sueño
en mí posado,
tu graznido mis huéspedes
de espesa contrición
en mí domiciliados,
tu graznido un largo elenco
de rostros filiales
mirándome alejarme.
Pájaro de sueño,
pájaro de sombra o niebla
en mi interior alojado.
En mi interior obscuro
doloroso graznando.

Duración

En la duración la conciencia
modorra de áridos milenios,
modorra de siglos en sigilo
a la cabecera del gusano,
somnolienta bajo el crepitar
de los crímenes bendecidos.
Turbia, turbia en la obscurividencia
del señor sobre aire y manadas,
sobre cardúmenes y vegetaciones,
dormida en la emanación ritual
de pústulas y excrecencias tribales.
Rémora la corriente inmóvil
fluyendo para sí, en derredor,
hipnotizada en su estupefaciente
al fondo de cazadores y brujos.
En la conciencia la duración
apenas el trajín silvestre,
apenas el claroscuro ritual,
y en la extensión, en la extensión…
Ah, bueno, en la extensión las pampas,
el vuelo terrestre de alas plegadas,
la proliferación de los gusanos.

Pasmo

Soberbia, magnífica mañana
fundida en plata y confundida
en clima argénteo precipitado,
aplastada bajo una campana
de metal gris espolvoreando
su sonido de ingrávidos pétalos,
su efluvio de gráciles escamas
cayendo, cayendo en la gravedad,
pasmado, magnífica mañana,
ante tu prodigio lúdico
de inmaculada coherencia,
cautivo en la manipulación
de digitales hilos urdiendo
tu espesa urdimbre de alba cascada,
¿qué grito gritar, qué fonema
de subyacencia óntica exhalar,
y conmover tu cristalería
de sutiles placas adheridas
en un entrambe de arácnidos dedos?
Soberbia mañana inundando
de inefable música mis odres,
de inacústica sonoridad
mi interior en tu hipnosis abismado,
¿qué conjuro en lenguas líticas
proferir, qué gutural fonema
arrojar a tus redes circulatorias
para romper su cristal envolvente,
para sacudirme tu férreo hechizo?

Persecusión

Misterioso miedo a la muerte,
misterioso rumor de pasos
descalzos por las escaleras,
por los aposentos íntimos,
por la arboladura del sueño,
¿desde cuándo tu persecusión
de apenas hálito fugaz,
de apenas sombra entre las sombras,
de ósculo a mi piel pegado?
¿Desde cuándo tu nuncio en puntillas
por mi interior con su reclamo
de leve pájaro del más allá?
¿Y hasta cuándo ese rumor de pasos
insubstanciales sonando en mí,
de pasos descalzos alcanzándome?

Panorama

Panorama fantasmal la ciudad
sepulta bajo densa ceniza
de aves extintas sacudiendo
sus alas desde el tiempo muerto.
Desde la edad de los saurios, tal vez,
aleteando allí infinitamente,
aventando el polvo cósmico
de volcanes rugiendo su ira.
El humo de los cataclismos
coagulando en el frío atmosférico,
disperso por los milenios,
regresando al polvo prístino.
Y ahora esta espesa ceniza,
ahora este detritus vaginal
aventado por alas extintas,
sepultando en gris la ciudad.

Hastío

Cansancio sobre la página vertido,
hastío de repetir, repetir,
de girar y girar con la tierra
atado a su preciso horario
de cósmica relojería.
Ella gastado domicilio estelar,
ella viejo navío viajando
en lo interminablemente eterno,
en lo absoluto sin fin ni principio,
sola en la reunión de estrellas
clavadas en su órbita vital.
Pasajero luminal el hombre,
compleja criatura cautiva
en su penitencial libertad,
amo y esclavo de su albedrío
instaurado en la culpa original.
¿Hacia dónde, tierra, tus hijos
en su propio atributo óntico
extraviados, girando en torno
de la luz de arduo cerrojo,
dispersos en la cardinalidad?
Toda la voluntad reunida,
todo el acopio de rectitud
en un supremo esfuerzo atesorado,
- y equívocos los caminos,
equívocas las decisiones
en los cruces entre el bien y el mal.
Hastío, pues, en el hogar materno,
hastío en la áspera cuna mecida
por una mano de luz y sombra,
impenetrable en la multitud de manos.
Cansancio sobre la página vertido,
hastío de repetiry repetir,
de no hallar nunca los cerrojos.

Nieve

Nieve de límpido clima,
nieve de la alba totalidad,
tu inmaculada extensión
la hoja blanca en que Dios
su invisible voluntad
con frío rigor escrita.
Vacía la alba totalidad,
límpida la blanca entensión,
impoluta la nieve fría
cruzada de secretos trazos,
elocuente en su grafía
de pura pureza de climas,
de inmáculo rostro de Dios.
En tu invisible ecritura
calmar,nieve, nuestra sed,
saciar la enorme ansiedad
de no saber por la vida,
de sin dedo preceptual.
Nieve de luz cristalina,
página en blanco de Dios,
Dios su amor en el clima,
Dios su palabra sin grafía
escrita en la límpida tez
de su impoluta hermosura.

Como setas

Como setas de la tierra
la poesía sus brotes
en la turbia lucidez
del imbáculo insecto.
Como la germinación
del hongo repentino
madurada en el subsuelo
del limo nutricio.
A través de los filtros
de borrosos conductos,
borrachos de salud vital,
ávidos de nacimiento.
Una ruptura, un grito
vegetal erigido,
una descarga óntica
de opresos alfabetos.
Turbia lucidez, racimos
en el lagar pisoteados
por desnudos pies de vírgenes
ofreciéndose sin darse.
Como setas de la tierra
pletóricas de zumos,
la poesía sus frutos
de borrachas linfas.
Y un insecto turbio
en su óntica embriaguez,
pasmado ante sus retoños,
turbio en su paternidad.

Rosa juglar

En el rubor de la rosa carnal,
bardo, tu propio rubor,
tu música digital
rosácea de luz vegetal
haciéndose canción.
Por ella tu secreto dolor,
por ella tu lira astral
tañida en el diapasón
de tu desgarro interior,
de tu parto agonal.
Perdido en la maraña luminal,
bardo, tu camino una voz
susurrada en el rosal
por un ser cenagal
de tu turbio interior.
Rosa juglar encarnada en rubor,
tímida en tu tez carnal,
repitiéndose en el dolor
de desgarrada canción
mintiendo salud vegetal.

Lúdica

Lúdica, juguetona poesía,
en la temprana madrugada
tu cosquilleo de ínfimas plumas
sobre mis dormidos párpados,
tus liliputienses dígitos
jalándome de las orejas,
tu sutilísimo aliento
cuchicheándome al oido.
Para tu insaciable sed de acordes,
mi vida una lira insomne
en sí misma precipitada,
tensa en el tránsito imperceptible
de misteriosos dedos pulsándome.
Por tu extensión estremecida
de cifras mágicas tremolantes,
una mano mía y no mía
en sumo trance recorriéndote,
arrancándote cantidad verbal,
fonema astral de acústica euritmia.
En traje nupcial tu desnudez florida
a mí desposada, en mi lecho
de enramada silvestre ofrecida
y nunca alcanzada, nunca alcanzada.
Lúdica doncella ensimismada,
tu doncellez mi lira jónica
en plétora de alfabetos preñada,
deseada por mí, y en mi deseo
púdica tu entrega de vibraciones.
Furtiva, juguetona poesía,
antes que el sol su blonda luz temprana
ya tus senos su hidromiel ofrecida,
ya tus labios su sed de cada día.

Estuvieras

Estuvieras y no estuvieras,
fueras y no fueras lo que en mí,
lo que en él, lo que en todos nosotros,
lo que en la inmensa multitud en tránsito
por el perfume de las azucenas,
por el vaho somnoliento
de la somnolienta memoria.
Y entreabrieras tu misteriosa entidad,
entreabrieras tu imprecisa presencia
de huidizo soplo fructificante
en medio de tus hijos reunidos,
en mitad de la congregación
de tus acólitos fantasmales.
Y fueras deslumbrante aparición,
fueras epifanía solar
encegueciendo de óntica luz
a tu pueblo atónito en el fervor
de su deidad áurea venerada.
Y por una vez en la humanidad,
por una vez en el ser desnudo
caer, precipitarse al fondo
de su nebulosa entidad en tránsito
por el perfume de las azucenas,
por el vaho somnoliento
de la somnolienta memoria.

Equinoccio

Tal vez muera de salud proteica,
tal vez muera de plétora de amor
o de enzimas persecutorias,
de minerales en mí ofuscados,
de peces de oceánico rencor,
o mariposas agitando en la luz
su irisado espectro infructuoso,
antes de la mágica conjunción
del equinoccio de primavera.
Tal vez muera de púdicos besos,
de acérrima castidad de ninfas
cantando en mí, celebrando en mí
su dionisíaco himeneo,
ebrias de un demoníaco amor,
turbias en la catártica danza.
Tal vez no alcance a llegar, agónico
en el brote sexual de los cerezos,
y se detenga mi brioso estallido
en la víspera de las floraciones,
pletórico aún de ebrios violines.
Y me sumerja en la agronomía
fermentando el trigo tributario,
arracimando el sol canicular
en la constelación del heliotropo,
ensortijando la vid de sarmientos.
O muera en ti con mis cuerdas rotas,
se derrumbre mi partitura vocal
en el púdico temblor nupcial
de marzo, asediado por el fuego,
antes de la mágica conjunción
del equinoccio de primavera.

Malos tiempos

En la más absoluta inmovilidad
de lo terrestre y lo ultraterrestre,
de lo físico y lo metafísico,
de lo cósmico y lo microcósmico,
hoy, día uno de marzo del Señor,
oh, qué hacer decir a la poesía,
qué notas arrancar de su instrumento
pítico, de oracular registro,
para que este exilio dentro de mí,
de caza por un bosque de imágenes
con mi sensor de murciélago aterido.
Malos tiempos para la poesía, Musa,
malos tiempos para el bufón de salón
deshojando lánguidas margaritas
en su portentoso estilo apolíneo.
O dionisíaco, desatando sus ménades
en una bacanal de asco y lujuria,
arrebatado de ínfulas el gran cabrón
en su morbosa danza declamatoria,
ínclito en su arte de pacotilla.
Malos tiempos, malos tiempos, cofrades,
para el bardo-caracol execrado
y recluso en su móvil intemperie,
escarnecido por jueces y mendigos,
sujeto al rigor del psicoanálisis
bajo infolios de ciencia libidinal.
Hoy, pues, día uno de marzo del Señor,
en la más absoluta inmovilidad
de lo físico y lo metafísico,
de lo apolíneo y lo dionisíaco,
estas líneas de licor clandestino,
esta miel de monacales abejas,
para mi cofradía de bucaneros,
para mis cofrades fuera de la ley.

Precariedad

En un primer principio el canto,
grito de dolor del hombre
arrojado del seno materno,
libre y errante con su prontuario
de ángel rebelde anatemizado,
maldecido entre todos los seres.
De tu radical precariedad,
animal acosado, el idioma
de la luz estelar aquilatada,
la simbología nocturna
percutiendo en tu desamparo
con su grafía tremolante.
Largo el acoso de némesis genital
sobre tus resistencias perseguidas,
enorme el peso de tu orfandad
sobre tu psiquis desperezándose,
conmovedora tu faz de espanto
en el fluyente espejo atrapada.
Terror tu vida intemporal fluyendo
por los ciclos cósmicos en torno
a eternidades y cataclismos,
terror tu origen desarraigado
errando por la enorme inmensidad
con su estigma de vástago proscrito,
y desde el sueño el empuje de seres
cautivos reclamando sus alas,
reclamando el vuelo de su libertad,
opresos en su dolor, cantando.
En el principio la perdida identidad,
el estupor de un ser en el tiempo
con su carga de óntico desvelo
hurgando en su caótico interior.
En el principio el desarraigo terrestre,
la grafía estelar, el grito, el canto.

De pie

De pie, de pie, cofrades,
de pie que la hermenéutica
y la cibernética,
de pie que la aeronáutica
y la ciencia atómica,
que la banca y la bolsa,
que la automovilística
y la hidroeléctrica,
y la oceanografía,
que en todos los dominios
del saber sabihondo,
el progreso prez y palma
de la noble humanidad.
Asombrosa la velocidad
de multiplicación del handy
entre la mano y la oreja,
maravillas de la técnica
el ordenador digital
y el televisor-lentilla.
Sólo el retrógrado poeta
con su escritura artesanal
y su tren de vida espartano,
sólo el insecto bohemio
hilando en su arcaico telar
la misma, gorda telaraña.
Tozudo el muy patán
con su alambique casero
de alquimista menor,
gran apóstol de los sueños,
llena de humo la cabeza.
De pie, de pie, cofrades,
a inflar la quiromántica,
a pulir la orfeosofía,
a dar lustre a la humanidad.

Nomenclatura

Vacías de sentido las cosas
en la primera infancia del mundo:
los ríos tránsito y retorno azul,
el mar volumen de indómita fuerza,
las selvas ecuación vegetal
equilibrada en la vida y la muerte,
las cordilleras pliegues terrestres.
En torno al fuego el mínimo insecto
su primer atisbo de lumen auroral,
y en el asombro del castigo eléctrico
de los elementos soliviantados,
el lento, lento paso del gruñido
al áspero fonema construyéndose.
El demiurgo-chamán órigo idiomas,
órigo alfabetos en el desorden
del lumen despabilándose
a través de edades cenagales.
¿Quién decantación de rudos fonemas?
Demiurgo-chamán en oquedades.
¿Quién orden de guturales voces?
Brujo tribal en el humano aprisco.
¿Quién hilación de anagrama fónico?
Sacerdote en la piedra oracular.
Bardo el primer hilo de la lengua,
y desde su ímprobo esfuerzo luminal,
el provisorio bautismo de objetos,
las cosas cayendo en el dominio
de la nomeclatura encadenante,
llenándose de sentido uncial.
Poesía la creación sometiendo
a servidumbre las calladas cosas:
mares los mares, los ríos ríos,
las selvas selvas de ecuación vegetal,
y cordilleras las cordilleras.

Monacal

Nadie más monacal que el poeta
exiliado en su celda cósmica
en las inexpugnables esferas,
nadie más pleno de radiación
luminal y desgarro óntico
insumido en su olímpico numen.
Las circunvalaciones celestes
orbitándole en el desvarío
de la luz torrencial desatada,
las velocidades planetarias
alimentándose en su vértigo
de torbellino iónico imantado.
Monacal su exilio en las cumbres
de águilas de piedra centelleante,
monacal su entrañamiento ungido
de agua onírica y ceniza lunar
absorto en su hipnosis délfica,
desintegrando su materia astral,
contraido hacia el fuego fenicio.
Una explosión de astros azules
en su intimidad ilimitada,
y la diasporal fuga en hélices
de micromundos alejándose
y regresando a su vertiente luminal,
eternos en el trasiego de la luz.
Una fuente generatriz el poeta
en su exilio cósmico, reunido
en torno a su numen auroral,
inextinguible por las edades.
Nadie más monacal que el rapsoda
sumido en su delirio de ondas
cósmicas, absorto en su hipnosis
de heraldo délfico en la eternidad.

Doncellez

Hasta donde la poesía
perdido su rupor prístino,
perdida su candidez
de doncella con el creador
cada día desposada,
y cada día incólume
en su eterna doncellez.
Hasta donde su inocencia
de virgen rosácea intocada
por nosotros concebida,
por nosotros aliento en flor,
y en flor perdida en nosotros,
en flor libre en su candor.
Ella la que tálamo precoz,
y la que precoz ruptura
de nupcias que excelso licor
en uvas de púdico ardor,
en pezones de rubor carnal.
Ella la que extremo amor,
y extrema en su castidad
de darse y doncella en flor,
de entregarse y virgen vestal,
desposada y novia carmín
incólume en noche nupcial,
y tantos vástagos de su matriz.
Hasta donde la poesía
perdida su doncellez,
y doncella en el entrelazo
con el novio fecundador
en rubor prístino encendida,
rosácea de intocado pudor,
en tálamo precoz poseída,
y virgen por la eternidad.

Fatiga óntica

Alto su nido en el vértigo
de extremada lucha luminal
insomne en el gigante asedio,
demacrada en la demarcación
de fatiga óntica trepidando
en el límite de lo visible.
Allí las briosas tentativas
del acólito sumergido
en su demente afán nupcial,
enfermo de enfermas visiones
a orillas del gran precipicio,
pálido en la estéril persecusión.
Inexpugnable náyade ebúrnea
pensativa en la vertiente eterna:
de esa linfa inmóvil fluyendo
desde tus senos de nácar,
de esa hidromiel escanciada
desde tus púdicos labios,
nuestra demente sed, doncella,
nuestra ansia de propagación
por la espesura de Castalia,
nuestro vuelo suicida hacia un nido
en las altas cumbres luminales.
Un esfuerzo de congregación
de alfabetos de fuego crepitando,
una tentativa de oficiantes
jadeando ante la deidad inviolada:
Fatiga óntica de acólitos
febriles en la sed insaciada,
demacrados en el largo asedio
nocturno al castaliense bastión,
trepidantes con su ajuar nupcial
en el límite de lo visible.

Beso

Próximo a la demencia el beso
que musa erótica con sus labios
apretados de ira, de atroz deseo,
apretados de noches célibes,
de furia carnal incólume
entre las sábanas sofocantes.
(Toda la espantosa adolescencia
del macho cabrío recluso
en su abstinencia ritual, en vino
y adormidera agraria resuelto
su empuje venusiano ardiendo).
Paralelos débito y vigilia
en la duración exasperada,
y en la conjunción del trigo,
en la madurez de sus enzimas,
todas las represas rotas de golpe.
Y entonces el beso, entonces Musa
sus tenazas en torno al deseo,
y en la órbita de la demencia
un seco sonido de labios núbiles,
de labios iracundos centelleando.

Vino furor

Furor de áspero vino embriagado
en su propia copa de uvas en plétora,
de uvas oníricas atravesando
la fermentación en turbios lagares,
espesos de significado sexual.
A los labios súbita aproximación
de fuego sanguíneo reverberante,
de fuego terrestre rezumando
su narcótico de turbia modorra,
siendo y no siendo en un instante eterno.
Al vino ceremonial de áspera estirpe
la sed del acólito selenita
fijo en la hipnosis lunar, orbitando
en torno a la muerte y las existencias,
clavado en el vértigo de lo insoluble.
Espesas de significación sexual
las uvas remotas, remotamente
perceptibles desde la empañada luz,
y plenas de entendimiento agrario
en la eclosión de linfa coagulada.
Furor de cepas, de crispados sarmientos,
furor de ásperos racimos delirantes
en la imperceptible transmigración
hacia el vaho viril inquebrantable,
hacia la permanencia en lo definitivo.

Fonema apolíneo

De otra dimensión que lo físico, amor,
el hilo de voz haciéndose linfa,
haciéndose arroyo, río, torrente,
abrazando en su ímpetu irrefrenable
la multitud del grano innumerable,
los capítulos del sueño, la extensión
de la celeridad rota en sus alas.
Un fonema apolíneo en el destello
de mi canción de amor enraizada
en lo translaticio de entendimiento,
en lo inabarcable de su pequeñez:
soplo de un dios anónimo rodeado
de pura abstracta latitud, de espuma
trémula de lo inefable suspensa.
O de ningún modo humano explicable,
de ninguna filiación su fluidez:
absorta entelequia en el sueño opresa,
y en la vigilia linfa de no alcanzar.
De otra dimensión, amor, que lo humano,
lo más humano que en mí su venero,
y en mí su misterio de nunca hallar.
De nunca saciar mi sed de romero
hacia un santuario que en ningún lugar,
y en todo lugar si hundido en el sueño:
ser y no ser, amor, estar y no estar.
Ser y no ser la voz hecha linfa,
y vuelta a ser voz si aprisa mis labios.
De otra dimensión que lo físico, amor,
mi canción de amor para ti fluyendo.

Acerca del autor

Acerca del autor

Biobibliografía

Nace el 2 de julio de 1949 en Valparaíso.

Ha publicado 28 títulos de poesía, cinco de ellos en Chile, y tres dedicados a Valparaíso, el último: Hermanía: La Hermandad de la Orilla, en Apostrophes de Santiago (www.apos.cl). El libro más antiguo que ha publicado es Jinetes Nocturnos, de 1974, habiendo otros inéditos más antiguos.

De sus 28 poemarios publicados, sobresalen Jinetes Nocturnos, de 1974/75 , Tus náufragos, Chile, de 1993, Capitanía del Viento , de 1994 , El Transeúnte de Barcelona , de 1997, Madre Oceánica, Valparaíso, de 1999 , Megalítica, de 2000, Ebriedad , de 2003, y la Antología Esencial.